Parque Nacional Valle del Cocora: trekking al límite de luz

¿Estás buscando información útil sobre el Parque Nacional Valle del Cocora? Si estás planteándote visitar este espectacular parque, no te pierdas mi historia. Podrás encontrar toda la info sobre precios, cómo llegar y qué visitar al final de la entrada.

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Tengo que reconocer que cuando llegó Marina a viajar conmigo, me relajé. Viajar sola te obliga a estar siempre con los sentidos alerta, a ir organizando sobre la marcha tu día a día, tomar decisiones espontáneas basadas en tu instinto y aunque sea un mínimo, planificar.

Ir decidiendo, aunque sea con un par de días de antelación, cuál será tu próximo destino, para tener tiempo suficiente de encontrar alojamiento en couchsurfing, buscar la ruta que harás a dedo y saber un poco que es lo que supuestamente hay en el lugar al que vas.

Y eso era lo que llevaba haciendo durante seis meses de viaje, con bastante éxito. Pero de pronto y para mi feliz sorpresa, Marina se apuntó por un mes al plan de viajar conmigo, por lo que salí con más prisa de la que me hubiese gustado de la selva, desde donde hice dedo con dos argentinos hasta Quito y de ahí, tras un par de rápidos días, hasta Cali, donde fue pisar tierra y volver a poner el dedo (aunque sin mucho éxito, fue el único autobús largo que tomé en Colombia, pero es que tenía prisa por llegar a Bogotá, donde llegaría Marina a la brevedad).

Y llegué, llegué a Bogotá después de una larga y rápida ruta, la más rápida que hice en todo mi viaje por Sudamérica junto con el tramo que hice desde Buenos Aires hasta Iguazú. 1.218km desde Quito a Bogotá en tan solo dos días.

Llegué sin nadie de couchsurfing esperando, por lo que no me quedó más remedio que, desde la estación de autobús, llamar al couch que nos iba a alojar cuando llegase Marina. Y llamé y por suerte me dio asilo. Pero no es solo eso, había llegado con un día de antelación en mi ensimismamiento. Había confundido el día pensando en el día que ella tomaba el vuelo en Buenos Aires y sin contar que eran tantas horas que no llegaba hasta un día más tarde.

Y eso es solo el ejemplo. El ejemplo de cómo me relajo en mis labores de viajera en el momento que viajo con alguien más. Mi instinto de supervivencia se relaja y como además Marina no es que se diga la persona más organizada del mundo, pues ya te imaginarás qué buen equipo.

Eso sí, como somos muy majas a pesar de nuestra planeación todos nos acababa saliendo mejor imposible, excepto alguna excepción, pero eso ya es otro cuento. Lo que quiero decir es que así íbamos viajando por Colombia. Cero planificación. Sabíamos a dónde nos íbamos y planeábamos irnos pero ni eso cumplíamos, porque siempre terminábamos quedándonos un día más de relax improvisado el día que supuestamente nos íbamos.

parque nacional del cocora

Así llegamos a Armenia. Habíamos decidido como parte de nuestra ruta por Colombia, conocer el Eje Cafetero, pues nos habían dicho que no solo era una de las zonas más bonitas de Colombia, sino que en ella se originaba gran parte de su historia.

De Armenia sabíamos poco. Del resto, no se si algo más o menos. Yo había leído un poco en blogs y también nuestro couch nos había contado y recomendado algunas cosas. Habíamos fijado unos puntos fijos en la ruta y unas fechas aproximadas, dejando un poco de margen a la improvisación.

Por eso, cuando nos dijeron en Armenia que había un pequeño pueblito muy bonito llamado Salento en nuestra próxima ruta hacia Pereira, decidimos parar por una noche y hacer visita, aprovechando para hacer una excursión al famoso Parque Natural del Valle del Cocora y alguna de las fincas cafeteras de la zona.

Así llegamos a Salento, sin mucha planificación y casi que de casualidad. Así fue también como en lugar de una noche terminamos quedándonos casi cinco, pero esa es también otra historia.

Pero bueno, aunque fallamos en parte de nuestro plan y yo me quede con mucha pena y un poco de rabia hacia nuestro desastre de planificación que nunca cumplimos tras no ser capaces de organizarnos para ir a una de las fincas cafeteras (los jeeps eran muy caros), al menos fuimos capaces de madrugar para ir a pasar el día al Parque Nacional Valle del Cocora y conocer finalmente esas palmeras de cera que identifican el valle y qué uno no deja de preguntarse que hacen ahí.

valle del cocora precios

A mi me habían dado algunos consejos los compañeros de autobús con los que compartimos nuestra llegada a Salento. Un chico del pueblo y la esposa de uno de los señores que rentaba caballos para ir a recorrer el valle y otros lugares. Me habían explicado cómo llegar, precios y me habían recomendado que entrara al valle por el portón azul que hay junto a la truchera, así que siguiendo los consejos de mis improvisados compañeros de autobús, tomamos uno de los jeeps llamados Willys. Jeeps que son hoy ya típicos del eje cafetero, pues en ellos se transportaba el café desde las a veces alejadas fincas hasta los puntos de comercio, por eso este modelo de vehículo es casi ya un emblema en todo el Eje Cafetero.

Nosotras tomamos uno en la plaza de Salento que nos subió prácticamente hasta la entrada del Valle del Cocora, después de un camino de casi 25 minutos por sinuosas y hermosas carreteras. Yo me fui sentada en el banco, adentro, pero Marina junto con otros dos valientes fue prácticamente colgada en la parte trasera del jeep, del lado de afuera, para apreciar mejor el paisaje. El jeep nos dejó arriba y buscamos primero la truchera, donde comprobamos que a su costado había un portón azul por el que entramos.

Teníamos que pasar seis puentes, eso me había quedado claro. Lo que no sabíamos era que seis puentes sí, pero seis puentes para llegar a dónde o a qué.

valle del cocora como llegarLápiz-nómada-blog-viajes valle del cocora vaca

El primer puente estaba cerca, yo me divertí balanceando los tablones y Marina sumó uno a la cuenta. Praderas a nuestro alrededor, algunas vacas pastando, aves descansando en las ramas. Y como no, las palmeras de cera de fondo, poniendo en el paisaje esa pincelada que identifica al pintor, dando su sello al lugar, su identificación.

El día estaba nublado y no pude evitar lamentarlo. Al principio del camino, antes de entrar a la zona arbolada, nos cruzamos con un par de grupos a caballo avanzando a paso en sentido contrario. No pudimos evitar preguntarnos si no iríamos al revés mientras nos hacíamos a un costado para abrirles paso en el estrecho camino que se dibujaba hundido del resto del paisaje.

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Al llegar al principio de la zona arbolada vimos el primer cartel, la primera señal que indicaba el camino hacia «La casa de los colibríes» y eso nos pareció motivo suficiente para premiarnos con un descanso, así que aprovechando el río que aparecía por primera vez (no sabíamos aún que lo veríamos tanto después) bajamos hacia su vereda no sin dificultad.

Yo fui la primera en descender el terraplén y el balance fue un descenso demasiado rápido que aunque estuvo a punto de hacerme caer no lo consiguió, aunque sí provocó el desprendimiento de una piedra de tamaño considerable que me golpeó en la pierna, rozándome un poco la piel y provocándome un dolorcillo agradable. Aproveché para limpiarme la rozadura en el río y comimos un poco de papaya antes de emprender de nuevo el camino.

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Fotito sacada por Marina con amor

El bosque se cerró entonces entre nosotras y las palmeras que hacen tan famoso al valle del Cocora desaparecieron de la vista. En algún momento pasamos el segundo puente y algo más tarde el tercero, después de dudar un par de veces qué camino elegir y teniendo en cuenta para la decisión si se veían huellas de caballo o no. En caso afirmativo, no debía ser por ahí.

Las veces que nos equivocamos, terminamos tratando de buscar sitios más firmes entre el lodazal que provoca tanto tránsito pesado o cruzando los riachuelos piedra por piedra, con tal de no regresar en busca del otro camino.

Lápiz-nómada-blog-viajes-valle-de-cocora-53 Parque Nacional Valle del Cocora

Descubrí que Marina es una experta saltadora de ríos.

En algún momento creo que perdimos la cuenta de los puentes o Marina la perdía o más bien ya no la quería creer. En un punto volvimos a ver dos carteles. Uno hacia la izquierda, camino a la finca «La Montaña«. El otro era hacia «La casa de los colibríes«. Yo miré hacia la izquierda y Marina respondió a mi mirada con una muy seria cara de «estás de broma», así que finalmente seguimos caminando hacia la derecha, rumbo a los colibríes.

Llegamos, había algunos caballos aún. Había que pagar entrada y nosotras llevábamos días en un plan muy muy low-cost, así que dudamos por un rato si entrar o no, si realmente merecería la pena y, finalmente, como ambas ya habíamos tenido otras ocasiones en las que apreciar un colibrí, decidimos seguir caminando por el otro camino que aún se veía. Todo subida, hacia «la Estrella de agua«, que nos habían dicho que era muy bonita.

Empezamos a subir por un camino realmente empinado que parecía no tener final. Marina resoplaba y se quedaba atrás. Pasamos lo que alguna vez debió de ser una tumba, luego otra. Había algún cartelito más con información sobre el bosque nublado que estábamos transitando y sobre las tumbas que acabábamos de pasar.

El camino seguía subiendo más y más y, mis esperas, hasta que Marina volvía a aparecer por alguna curva del camino, cada vez más largas. El tiempo hasta el atardecer, cada vez más corto y yo con mis ganas de llegar, con mi «ya estamos aquí», «ya no puede faltar mucho para llegar» y Marina que resopla y me mira con cara de «vamos a dar la vuelta tronca que esto no tiene final». Y yo que aún insisto diciendo que lo más probable es que el camino en algún momento descienda y salgamos a la entrada por un camino distinto esta vez.

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Total, aún seguimos un rato más, hasta que llegamos a un confuso mapa y a un cartel que indicaba una finca camino arriba. El mapa parecía indicar que no había un camino que llegase a la entrada de nuevo y que la única forma era regresar por el largo camino que habíamos hecho (más tarde, en otros blogs de viajes, he leído que sí es un camino circular, como yo suponía, pero que debíamos haber tomado el camino hacia la finca de «la Montaña» en la primera intersección que nos habíamos encontrado, que nos hubiese hecho salir por la otra entrada que estaba más arriba del portón azul, en lugar de seguir hacia la «casa de los colibríes» primero y luego hacia la «estrella de agua», pues ahí sí que no hay más remedio que ir y venir por el mismo camino).

Miramos nuestros relojes con un poco de preocupación y decidimos que teníamos que correr, así que emprendimos camino ahora cuesta abajo a una velocidad casi vertiginosa. No caminábamos, no diré que corríamos, pero sí al menos que trotábamos. Íbamos bajando el camino de tierra impulsadas por la gravedad, derrapando en cada curva y entornando el cuerpo para equilibrar los rápidos e inestables apoyos de nuestros pies. A veces una iba primera y la otra trataba de seguirle la velocidad, hasta al punto de pasarla. Así varias veces, como un rally sin motor todo cuesta abajo.

No voy a negar que disfruté a pesar de que, como era inevitable para mis articulaciones defectuosas, tras dos tramos de intensa velocidad camino abajo empecé a sentir los primeros resentimientos en rodillas y tobillos. Supongo que Marina no disfrutó, bueno, más bien Marina no disfrutó y sobre todo, la última parte del camino, cuando la luz languidecía y los malditos seis puentes no parecían acabar, se agobió. Se agobió bastante y quizás no le faltó parte de razón y debimos ser más precavidas y emprender el regreso antes de que la oscuridad nos ganase tanto terreno.

Yo, no lo puedo negar, disfruté de la aventura, de la sacudida de adrenalina, de descender la ladera derrapando en cada curva, de mirar el reloj y calcular el poco de tiempo de luz que quedaba, de permitirme aún sacar alguna foto con esa luz perezosa y acaramelada del atardecer.

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Descendida la ladera, volvimos a pasar por «La Casa de los Colibríes» para llegar después de un par de descensos más al río, donde el camino se hace zigzagueante, viene y va de una vereda del río a la otra a través de cada puente. Con poca luz, uno no sabe bien cuál es el camino para humanos y cuál el de caballos. Los caminos se pierden a los lados del río y aunque para mí era aún fácil reconocer gracias a la memoria por cuál de ellos habíamos venido, Marina cada vez se agobiaba más prediciendo una nefasta pérdida de nuestras personas en el bosque nublado y en la fría noche, donde nos quedaríamos heladas con la poca ropa y preparación que habíamos llevado (en cuanto a lo de poca preparación no le faltaba razón, aunque había sido yo la que había insistido en comprar más agua y ella la que no lo creyó necesario. Agua que se nos había acabado hace rato).

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Muchos puentes después, yo creo que eran más de seis, llegamos por fin al fin del bosque y al delimitado camino que nos llevaría por fin a la entrada al valle de Cocora y aseguraría nuestra supervivencia hasta el siguiente día. De vuelta, pasamos a una pareja a la que parecía que se les había hecho tan tarde como a nosotras. Con el móvil/celular trataban de alumbrar el camino en el que se habían quedado atorados pensando cómo pasar un gran charco de agua y fango. Nosotras les adelantamos y salimos por fin a la zona de las palmas de cera, donde nuestra aventura y el agobio de Marina tras la llegada de la noche obtuvo recompensa y consuelo.

Tras el nublado día, un hermosísimo cielo estrellado con las sombras de las palmeras dibujándose entre el lienzo de estrellas que formaba el firmamento. Una imagen de Cocora mágica, apabullante. Algo que la mayoría de turistas no ven y de lo que nosotras pudimos disfrutar. Hubiésemos querido quedarnos horas mirando el hermoso paisaje, ese cielo estrellado, esas palmeras alzándose, pero hacía frío y aún debíamos encontrar la forma de volver a Salento, porque lo más probable es que a esa hora hubiese terminado hace rato el servicio de Jeeps.

Efectivamente fue así, el lugar parecía haber quedado desolado. Llamamos a la puerta de la única edificación, no obtuvimos respuesta. El aparcamiento estaba desierto y, para llegar, habíamos hecho 25 minutos de jeep, era de noche y el camino demasiado largo. Teníamos frío y de nuevo, tuvimos suerte. Finalmente llegó a la entrada la pareja que habíamos pasado y que eran los únicos que quedaban a esas horas en el ya oscuro valle. Les pedimos que nos llevaran y aunque dudaron por unos segundos, accedieron.

No se qué hubiésemos hecho sin ellos, posiblemente caminar largas horas y pasar una experiencia desagradable. Por fortuna no fue así y volvimos sanas y salvas, aunque agotadas, a Salento, donde nos encontramos con David el cual, después de haberle relatado nuestra aventura en el Valle del Colcora, rápidamente nos prestó un par de sueters para abrigarnos y nos regaló un agradable rato antes de llegar por fin al merecido descanso en casa de los anfitriones improvisados que nos habíamos echado.

*Info útil sobre El Valle de Cocora:


1. Para llegar al valle del Cocora primero tendrás que llegar a Salento. Si quieres saber cómo llegar a Salento consúltalo en esta entrada. Una vez en Salento, salen los jeeps Willys hacia el Valle del Cocora según se van llenando desde la plaza. El viaje cuesta 4000 pesos y dura 25 minutos. Los últimos jeeps salen sobre las 5 de la tarde, así que planifica el tiempo para que no te pase como a nosotras y te quedes sin transporte para volver.

Puedes recorrer perfectamente el valle del Cocora a pie (si te organizas el recorrido un poco mejor que nosotras). Te llevará (dependiendo de tu forma física), unas tres o cuatro horas.

Si no te gusta andar o si lo ves muy agotador para tu forma física, en el Valle del Cocora alquilan caballos. Te saldrá por unos 20.000 pesos (casi 8€), por dos horas de paseo.

2. Trata de ir al valle del Cocora lo más temprano posible para tener la máxima cantidad de luz, sobre todo en invierno, cuando oscurece pronto.

Si no quieres hacer un recorrido muy largo y cansado y tampoco pagar caballos, el camino que te recomiendo (para que no hagas las mismas tonterías que nosotras), es entrar al Valle del Cocora por el portón azul que verás junto a la truchera. Caminar por ahí cruzando los seis puentes hasta que encuentren la intersección donde verás los dos carteles, uno hacia la finca «La Montaña» y otro hacia «La casa de los colibríes».

Puedes ir a visitar la casa de los colibríes, pero luego te recomiendo regresar hacia la intersección anterior y tomar el camino que va hacia «La Montaña», para así realizar un recorrido circular bastante agradable.

Otra opción es ir en busca de la «Estrella de agua» que está bastante lejos, todo de subida y además una vez que llegues tendrás que regresar. Si madrugas y tienes buena condición, permítetelo. Sino volver por el camino de la finca «la Montaña» creo que es la mejor decisión.

3. Lleva agua suficiente para el recorrido, te aseguro que la necesitarás, sobre todo si hace calor. Algo de fruta, unos tentempiés o hasta unos sandwiches también es una buena idea para recobrar fuerzas durante el recorrido.

4. Lleva unos buenos zapatos. Durante todo el tiempo que camines al lado del río te tocará atravesar zonas con lodo, riachuelos y más. Vete preparada. Además, el clima suele ser imprevisible en el Valle del Cocora. Un suéter o un chubasquero (piloto) puede venir bien si de repente te sorprende la lluvia.

5. Si quieres ingresar a «la casa de los colibríes» del Valle del Cocora te costará 5000 pesos. La entrada incluye un refrigerio o refresco.

6. Si quieres más información sobre el Valle del Cocora puedes consultar la página web oficial de turismo del Quindío o la página de la oficina de turismo en Colombia.

Cuéntame, ¿has conocido el Valle del Cocora? ¿Te gustaría ir? Cuéntame tu experiencia en los comentarios, estoy deseando escuchar tus historias.

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¡HOLA! SOY ANDREA BERGARECHE

Desde hace más de 5 años vivo viajando y ayudando a mujeres como tú y como yo a ser más libres, fuertes e independientes.

8 comentarios en «Parque Nacional Valle del Cocora: trekking al límite de luz»

  1. Hola Andrea, llevo siguiendo tu blog por un tiempo y me da mucho gusto leer tus experiencias. Si bien soy de Colombia, apenas hace unos días tuve la oportunidad de visitar este paraíso situado en el eje cafetero. Sin duda, un lugar mágico para los amantes de la naturaleza. No entiendo cómo no había ido antes.

    También tuve la oportunidad de visitar el Nevado del Ruiz y quedé bastante sorprendido con sus paisajes. Parece un lugar de otro planeta.

    En fin, espero poder seguir leyéndote, y mis mejores deseos siempre. Espero puedas regresar a nuestro país y seguir contando tus lindas historias. Saludos.

    Responder
  2. Hola Andrea, que gran experiencia la que tuviste en el Valle del Cócora, la verdad nunca la he realizado pero me voy a animar con tus consejos de viaje. Te quiero recomendar otra opción maravillosa par visitar en el eje cafetero, se llama el Parque del Café, un lugar donde puedes disfrutar de atracciones como montañas rusas, unos Rápidos, y otras atracciones mecánicas para disfrutar con tu familia. Seguramente te va a encantar, aquí puedes ver mas información este enlace

    Responder
  3. Hola Andrea, cómo va todo? Te mando el enlace de nuestro paso por Salento y el Valle del Cocora en nuestro blog (inacabado y en pausa), y otro sobre la excursión que desde allí hicimos al Parque Nacional de los Nevados:
    http://aventurasencentroamerica.blogspot.com.es/2014/10/bogota-salento-y-valle-del-cocora.html
    http://aventurasencentroamerica.blogspot.com.es/2014/11/parque-nacional-natural-de-los-nevados.html
    Si aun no los leiste, espero que te gusten
    Un abrazo de Marcos, Carmen y Sahara Ugatz

    Responder
    • Marcos!
      Qué placer encontraros por aquí! Me encanta vuestra visita y poder tener noticias vuestras!
      Me ha gustado mucho leer vuestra visita al parque y también a Salento. La verdad desconocía la amenaza y la preocupación de cara al futuro respecto a las palmas de cera. Desde luego, me maravilla comprobar como cada uno vemos el mundo desde nuestros propios ojos y cosas que a mí me pasan desapercibidas pueden ser lo primero que ve el otro.
      No visité el Parque de los Nevados, pero viendo vuestras fotos, entran ganas.

      Un abrazo gigantesco familia!

      Responder

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