● El primer día que traté de volar fue el lunes 9. Ya conté un poco cómo me fue en la anterior entrada. Me fue mal, no conseguí volar.
● El segundo día fue similar. Llegué un poco antes pero tampoco hubo éxito. Después del taxi y de las horas de espera tratando de mal dormir sobre las bancas, me quedé a dos lugares de poder volar. Vuelta para casa de nuevo.
● Dicen que a la tercera va la vencida, a veces es verdad. Me autoconvencí a mí misma de que el tercero sí o sí sería el día que conseguiría volar. Será que, como dijeron mis amigos en la noche, no le había dicho aún al universo que me quería marchar y hacía falta esa cena libanesa de despedida para avisarle que quería volar.
Me fui al aeropuerto temprano, creo que llegué como a las cuatro. Me encontré con una larga cola. Me formé, esperé y me apunté. Tras eso, café y para afuera. Se me acercó un argentino: Pablo. Estuvimos conversando mientras duraba la espera. Yo le convidé mi desayuno y él me invitó el café.
A la hora de la verdad, malas noticias. De nuevo no hubo lugar. Yo tenía vuelo de piloto, así que me dieron la oportunidad de ir hasta la sala de abordar por si en el abordaje, alguien no conseguía volar y por ahí, quedaba algún lugar. Eramos tres con vuelo de piloto. Yo, un señor y una chiquilla que de pronto empezó a llorar. No pude evitar acercarme a ella y decirle que ya no lloraba más. Que fuéramos juntas a probar nuestra suerte. Debí de caerle bien, porque me dio las gracias y nos fuimos juntas. Fuimos en vano. El señor voló y nosotras no.
Pero de lo malo sale siempre algo bueno. A pesar de que no encontramos lugar, al salir ella y su tía me invitaron a pasar el día con ellas y, la verdad, cualquier cosa sonaba mejor que esperar otras 12 horas más en el helado aeropuerto. Lo que yo no sabía bien aún, es que me esperaba una grata experiencia. Monica y su tía Carla resultaron ser presonitas encantadoras. Pasé el día con ellas. Me duché en su casa, me invitaron a comer y, como broche, su tía, me dio un masaje holístico en su spa.
Mónica, una chica de San Luís Potosí y su tía Carla. Ambas dos tremendo amor.
La casa de Carla tenía unas impresionantes vistas de la ciudad.
Cuando ya estábamos felices porque nos habían dicho que en el vuelo de la noche había 20 lugares libres, aún quedaba más. A las 6 de la tarde, el radar principal del aeropuerto se descompuso. Todos los vuelos suspendidos. Parecía una broma mala. Por suerte, no duró mucho y lo arreglaron a tiempo.
A las 9 de la noche volvimos al aeropuerto, con mucha ilusión. Algo nos decía que por fin era hora de volar. Y volamos, por fin volamos. Después de tres largos días, fue una misión conseguida que aunque tuvo momentos malos y mucho cansancio, me permitió conocer a gente linda.
El instante después a que finalmente pronunciaran nuestros nombres y saber que íbamos a volar.
Queda añadir que, además, al llegar a Buenos Aires, el papá de Pablo nos llevó a Maritxu y a mi (Maritxu me vino a buscar al aeropuerto con un alfajor) hasta el centro de la ciudad, ahorrándonos un largo camino en bus.
De lo malo, siempre sale algo bueno (o mucho).
3 comentarios en «Historias de vuelos sujetos a disponibilidad | Tratando de volar»
Hola Andrea! Gracias por compartir todas tus experiencias!! Queremos ir a México este verano y tu blog nos está siendo de mucha ayuda! Aún se puede viajar con vuelos sujetos a disponibilidad??
Gracias!!^^
Hola Andrea, no cabe duda que fue una odisea el poder finalmente volar, supongo que el ahorro habrá valido la pena. Me podrías decir como es que lo conseguiste? Quisiera aventarme al otro lado del charco de esa forma. Saludos ::)
Chucho, pásame tu email o escríbeme desde la sección contacto y te cuento un poco cómo lo conseguí. Saludos!