Buenos Aires es una ciudad agradable, fácil de estar, pero cuando llegas de una ciudad como DF, lo único que quieres es escapar a lugares un poco más tranquilos, con esa magia natural. Así que, en cuanto salió el comentario, la invitación a ir al Tigre en una noche de terraza y guitarras bajo el cielo de Buenos Aires, la respuesta fue rápida y firme: vamos.
Así que el viernes Marina y yo hicimos las mochilas para escaparnos por un par de días al Tigre, una pequeña «ciudad» que está al norte de Buenos Aires. Pertenece aún a lo que se considera el Gran Buenos Aires. Fue fácil llegar.
Pero nosotras no íbamos al puro centro, íbamos a una de las muchas «islas» que se forman entre los distintos riachuelos que van a confluir al río más grande, el Sarmiento, eje principal. Para llegar teníamos que agarrar unas lanchas colectivas de la empresa el Jilguero que son los que hacen el recorrido varias veces al día por el río Carapachay y que te cobran el trayecto 38 pesos. El problema fue que llegamos al Tigre a las 7 de la tarde, justo cuando se acababa de marchar el barco (los horarios de la página del Jilguero están mal, es mejor llamar por teléfono y preguntar), así que nos tocaba esperar hasta las 9 de la noche que salía el siguiente. Como no teníamos muchas ganas de esperar digamos que pedimos sopitas a nuestro anfitrión y muy amablemente vino a buscarnos con su barquita.
Trayecto en barquita hasta las puertas del Edén gracias a nuestro anfitrión que muy amablemente vino a buscarnos.
Fue un bonito recorrido, justo cuando empezaba a atardecer y el cielo tomaba tonos anaranjados. No tardamos mucho. En pocos minutos llegamos al paraíso. Qué lugar, con gusto me quedaría a vivir ahí un par de meses de producción. Marina y yo hablabamos efervescentes: «Podríamos alquilar una casita, montar una residencia artística», las ideas eran muchas, qué de posibilidades en tan hermoso lugar. Llegamos al destino y estaba todo inundado, impresionante. El agua había subido inundándolo todo, nos llegaba por encima de los tobillos en el jardín. Los mosquitos estaban en su hora punta. Habíamos llevado vino asÍ que abrímos la primera botella y empezamos a hacer la cena.
Cuando despertamos a la mañana siguiente, el agua que lo inundaba todo había desaparecido y la escalera del embarcadero se empezaba a ver de nuevo. Me asombró la rapidez con la que sube y baja el agua. En un día puede subir y bajar más de cuatro metros.
La verdad es que estábamos como reinas. Marina y yo solitas disfrutando del lugar. Desayuno y solecito en el embarcadero. Un bañito cuando el sol empezaba a apretar. Comidita casera y vinito. Un rato de dibujo en la tarde y sesión intensa de slackline para principiantes (mi cuello sufrió la cuerda).
El agua tenía la temperatura perfecta. Fresquita, lo justo para refrescar el intenso calor veraniego.
Mejor o peor conseguimos dar al menos unos pocos pasitos. Yo me quedé al final a un metro de terminar la cuerda, no está nada mal para solo dos días de entrenamiento. Tengan en cuenta que además engancha, cuanto más practicas, más quieres.
Yo iba a quedarme solo un par de días, pero no pude resistirme a quedarme aún un par de días más. Marina se fue pero llegó nueva compañía. Con algunos de los integrantes de la Fantom Power de visita, la casa se llenó de música y asadito.
También trajeron Ferné, una de las bebidas más típicas de Argentina. Tiene un sabor a hierbas que personalmente me recuerda un poco a la medicina (no se ofendan). Mezclado con Coca o refresco de pomelo la cosa mejora.
Algo que me encantó fue el funcionamiento del lugar. La única manera de llegar (o de irse), es por agua. Si no tienes barca estás atrapado. Y esto hace que todo se concentre en el río, al punto de que hay un «barco-tienda» que pasa «a las puertas de casa» un par de veces al día y que tiene casi todo lo que cualquier tienda normal. Si necesitas fruta, pues fruta. Leche, pues leche. Cerveza también, hasta tabaco. El barquito pasa por el río y tú desde el embarcadero le haces la señal. Entonces el barco para en tu embarcadero y tú compras lo que necesitas. Luego se va. Todo un acontecimiento.
Comprando víveres a la Costerita desde el embarcadero.
También hubo pesca y no fue mal. Yo me iba a ir la tarde del domingo, pero los pibes sacaron tres pescaditos que ameritaron un sabroso asadito de pescado en la noche al que no me pude resistir, quedándome finalmente una última noche más. Eso significó un enorme madrugón, pero no me importó. A las 5.45 de la mañana estaba en pie para agarrar en el embarcadero el Jilguero que me llevase de nuevo a la civilización.
El Jilguero. Esta la foto la tomé el día anterior. A las 6.15 que lo agarré yo, todavía era de noche.
La verdad es que el Tigre me enamoró. No se cuánto tiempo podría vivir en un lugar tan tranquilo como ese, al menos ahora, pero sí es verdad que me encantaría tener mi propia barquita y moverme así. Sería un buen lugar también para quedarme algunos meses a producir. Aunque eso sí, en invierno debe ser un lugar de esos húmedos que te hielan los huesos. En verano, es el paraíso. Parece mentira que un lugar tan idílico (obviando los mosquitos), pueda estar tan cerca del puro cemento. Siempre volvería a ir.
4 comentarios en «El Tigre | La piba Andre se escapa de la Capital»
Hola andre! Donde te quedaste? yo fui a un camping pero estaba todo inundado y nos hicieron volvernos xq estabamos con carpa!
Cande! Que mala suerte! Pues yo me quedé en la casa de un amigo! El día que llegué también estaba todo inundado, el agua nos llegaba hasta las rodillas, pero al día siguiente ya había bajado y se podía acampar. La verdad que tuve mucha suerte!
Un abrazo!
buenísimo andrea! lo de la tiendita que recorre las casas me encanta.
Gracias Helena, la verdad que era un lugar encantador