Carta de despedida interminable | Vol.III: ¿es una despedida?

Si pudiera cantar, cantaba. Lo cierto es que siempre he escrito porque he logrado entenderme mejor así. A pesar de eso, hay ratos en los que me quedo simplemente en silencio, inhabilitada para cantar, incapaz de escribir porque siento que no hay nada bueno ni útil que decir. Porque hay días así.

Mi cuarto azul y blanco es ahora demasiado blanco. El oscuro azul ha sido pintado y tapado en mi ausencia y hasta el armario, que era antes color marfil es ahora totalmente blanco. Y yo he llegado sin ganas de decorar demasiado, encontrándome con demasiadas cajas abarrotadas de cosas que un día fueron mías y de las que ahora no se cómo desprenderme. Y de alguna forma, tanto blanco me recuerda a las paredes de un sanatorio mental. Y es como un chiste malo porque mi cuarto azul y blanco es ahora demasiado blanco y me siento recién llegada como si estuviera en un espacio de observación y esa era parte de la idea pero no tenía pensado que fuera así. Y ojalá haya un mercado de fin de semana donde pueda llevar a vender todas esas cosas que no solo me sobran, también me molestan.

He aprendido por fin a vivir más ligera, más ligera en muchos aspectos de mi vida y uno de ellos, también, es el material. Me sobran más de la mitad de las cosas que he metido en solo dos días en este cuarto y me niego a meter más. Las cajas siguen esperando en el cuarto de al lado. Algunas que ya he abierto, otras que no pienso abrir, al menos no por ahora y necesito algún lugar para deshacerme de todo eso que siento que de alguna forma me ahoga. He heredado de mi madre (como otras muchas cosas) y de mi abuela, esta obsesión por acumular, por guardar los objetos como si estos fueran recuerdos y nuestras casas (las suyas más bien, que yo no tengo), son un museo atemporal. Y yo ya no quiero eso porque he aprendido en este viaje que el presente es el único tiempo importante y que vivir en el pasado te impide disfrutar, porque eso significa estar siempre cargando y viajar con demasiado peso es siempre cansado y complicado. Por eso necesito aligerar, tirar lastres, deshacerme de todas esas cajas y todos esos objetos que me devuelven a tiempo atrás.

Antes de ayer descubrí un par de sudaderas, sudaderas que no uso desde que tenía 16 años, ¡16 años!. Y todavía están ahí, como si el tiempo no hubiese pasado por ellas, intactas desde hace ya más de 8 años. Y yo me pregunto para qué quiero esas sudaderas que ya no me representan ni voy a volver a usar jamás ahí esperando como en un muestrario de tiempo atrás.

Esta casa es como una casa de las reliquias y yo no quiero ser una más. Yo quiero volar, volar ligera. Y es como una metáfora, una metáfora de otras muchas cosas y de como, en lo general, tenemos que aprender a tirar, a dejar atrás. No sirve de nada ir acumulando. Acumulando enfados, acumulando amores, amantes o soledades. No vale de nada ir coleccionando amistades que como algunas partes de ti quedaron ya atrás. Y por eso hay que aprender, aprender a entrar, a dejar a lo nuevo llegar a la vez que soltamos lastres para dejar ir lo que no funciona y eso incluye no solo objetos o personas de nuestro alrededor, sino también partes de nosotros mismos.

DSC_0180-copyYo no quiero despedirme de la Andrea que de viaje disfruta a cada momento. Prefiero despedirme de la que se levanta tarde. 

Empiezo a pensar que esta carta de despedida, nunca ha sido una despedida del viaje, que es lo que en un principio pretendía. Con esta carta de despedida que nunca termina, pretendía despedirme, al menos por un tiempo, de la forma de vida que había llevado durante siete meses a lo largo de mi viaje en solitario por Sudamérica. Pero ahora que lo pienso, aún no me he despedido del viaje, en las dos cartas anteriores (cuatro, o cinco, no se cuántas van) en ningún momento me he despedido del viaje, en ningún momento le he dicho adiós. En ningún momento he hablado de todo lo vivido tratando de despedirme de ello, poniendo un punto y final. La primera, terminó con “no es un adiós, es un hasta pronto”. En la segunda, la reflexión a la que llegué es que soy gaviota de mal posar que antes o después volverá a escapar, apuntando además un par de cosas aprendidas que son ya parte de mí y de las que por tanto, no me he de despedir.

En esta última carta, que pretendía cerrar por fin esta última carta de despedida que nunca termina y en la cual había planeado hablar, ahora sí, del viaje y de todo lo que he dejado atrás rememorándolo con alegría para dejarlo marchar, he terminado hablando de cómo necesito deshacerme de todo lo que a mi vuelta he encontrado aquí, en lugar de despedirme del viaje que he dejado atrás. Al final, creo que (reflexión que va al ritmo de la marcha, según escribo. Como les digo, esta última carta de despedida no planeaba salir así pero se me ha escapado ella solita de las manos trayéndome aquí y haciéndome ver en las palabras, que estaba yo muy equivocada), en lugar de despedirme del viaje que acaba de terminar, estoy despidiéndome de esa Andrea que era yo, antes de volar. Antes de agarrar ese vuelo a Argentina que me ha enseñado muchas cosas y que me ha demostrado otras formas de vivir y mirar.

andrea-lapiz-nomadaDe este tipo de cosas no me quiero despedir, ni de esa Andrea. Cena méxico-española en Bogotá 

Ayer salí por Bilbao. Primer día en “mi ciudad”, reencuentro con algunas de mi viejas y queridas amigas. Y sí, no pude evitarlo, me noté diferente, muy diferente, aunque disfruté igualmente. Me sirvió para darme cuenta de que he cambiado. Ya no me vale ni me satisface lo que para mí era ley de vida antes.

Estuvimos primero en el Casco Viejo, en la calle Somera, “en nuestro sitio de siempre”. Reímos, bebimos y la pasamos bien. Y yo disfruté del ambiente, de sentirme en casa, de la forma de divertirse y socializar de la gente. Más tarde fuimos al Antxoki y ahí varió. Después de viajar por un mes en Colombia, de ver, disfrutar y sentir la música y el baile como allí lo hacen, entrar al Antxoki me pareció algo de un aburrimiento total. La música mal sonando, la gente de pie con la copa en la mano, totalmente quieta, sin bailar. La forma estúpida de tratar de ligar. Y me hizo gracia, porque yo sí baile y traté, a pesar de eso, de pasarla bien. Y bailé y disfruté y en un momento un chico se me acercó y una de sus primeras frases fue “tú no eres de aquí”. Y de alguna forma, sí, y de alguna forma no, porque Somera tendrá siempre “nuestro lugar” pero para mí será ya siempre aburridísimo salir y no bailar. Y es solo otro pequeño ejemplo con el que trato de ilustrar lo que quiero decir.

Y ahí va otro ejemplo más. Acabo de llegar, llevo solo tres días en Bilbao y según yo venía a estar aquí al menos por dos o tres meses tranquila, sin moverme demasiado, tanto de trabajar al máximo antes de salir a viajar de nuevo en primavera. Y llevo solo tres días aquí y en una semana ya me voy unos días a San Sebastián con una amiga y antes de sentarme a escribir he estado hablando con un amigo para ver si me voy a Touluse una temporada, quizás de visita, por qué no a vivir si lo mismo da allá que aquí. Y es que creo que más que despedirme del viaje, esta es una carta que solita se está despidiendo de todo lo que era yo antes de salir a viajar (no todo, pero ya me entienden). Esto del viaje es cómo una fiebre que te pica y una vez que te muerde, ya no puedes parar.

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▸ Este post pertenece a la trilogía «Carta de despedida que nunca termina». Si no las has leído, no te pierdas las dos primeras partes.

-Carta de despedida que nunca termina | Vol. I: Adiós América.

-Carta de despedida que nunca termina | Vol. II: vuelta a casa.

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¡HOLA! SOY ANDREA BERGARECHE

Desde hace más de 5 años vivo viajando y ayudando a mujeres como tú y como yo a ser más libres, fuertes e independientes.

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